La razón Dedocrática: Una mirada a la doctrina y la práxis de la representación oficialista en la Universidad de Chile. 1974-1979
Pablo Andrés Toro Blanco
1. Introducción
Para quienes pasaron como estudiantes por las aulas de la Universidad de Chile entre 1974 y 1984, fue un dato inevitable de la realidad la existencia de estructuras organizadas de representación estudiantil, las que contaban con el respaldo, financiamiento y reconocimiento de la autoridad rectoral y eran generadas inicialmente por su designación y posteriormente a través de complejos y novedosos mecanismos electorales, lo que justificó, por parte de sus críticos, el mote de “dedocracia” a tal sistema representativo, apelativo que hemos traído desde las conversaciones de pasillo en la “U” de esa época hasta el título de esta investigación.
La tal “dedocracia” fue, al margen de los adjetivos calificativos con que se la aborde, un esquema de participación que movilizó a una porción del estudiantado de la Universidad de Chile. Se constituyó, pues, en un conjunto de acciones coordinadas, en un espacio de maniobra que permitía a los estudiantes cercanos al oficialismo plantear su visión de lo universitario y de lo nacional. No es, pues, un simple conjunto de otros, como reza el epígrafe con que iniciamos estas líneas: es la puesta en escena de un conglomerado humano pleno de una determinada y específica historicidad, desenvuelta en el contexto tormentoso de grandes cambios en el escenario universitario y del país. Nos interesa conocer y entender a estos estudiantes, estos otros, los representantes del oficialismo entre el alumnado de la Universidad de Chile.
En el contexto de las acciones llevadas a cabo por los representantes del gobierno militar en la Universidad de Chile, el tema de la construcción de un nuevo sistema de organización estudiantil se planteó, desde los inicios de la gestión de los rectores delegados, como una de las diversas vías mediante las cuales implantar nuevos conceptos relativos a la misión de la universidad dentro del proceso de la llamada "reconstrucción nacional". El rol y estructura que se les asignara a las organizaciones estudiantiles en el nuevo rostro que asumiría la universidad sería determinante para proscribir toda posibilidad de politización del estudiantado, fenómeno que había sido, según la mirada gobiernista, el epítome de la decadencia de los principales centros de educación superior, gestada por el proceso de la Reforma Universitaria y exacerbada durante el gobierno de la Unidad Popular (UP), a través de prácticas que se hicieron cotidianas y que estaban orientadas hacia la anulación del debate y a la conquista del ámbito universitario como un mero trasunto del conflicto mayor que atravesaba a la sociedad chilena:
“recuerdo con pena y con vergüenza algunas de mis propias acciones, como la “choreza” de saltar arriba de la mesa del Rector de la universidad irrumpiendo en una conferencia de prensa que él ofrecía, para atraer la atención de los periodistas para los planteamientos de la FECH: ¿qué tenía esto que ver con diálogo universitario?”.
Este vívido testimonio, en tono de mea culpa, de uno de los íconos de la vida política universitaria durante los últimos años del período de la UP, es iluminador para entender la situación que, indudablemente potenciada por sus particulares puntos de vista, los estudiantes oficialistas tuvieron como punto de inicio para articular una imagen contestataria, apegada a la figura global de la despolitización que el gobierno militar propiciaba.
Durante los dos primeros años del régimen militar el sistema de representación de los estudiantes de la Universidad de Chile fue transitando desde la total inexistencia, fruto de la proscripción de la FECH luego de la toma del poder por los militares y la intervención del sistema universitario (aunque, curiosamente, sólo en noviembre de 1980 se le canceló su personalidad jurídica, establecida en mayo de 1946), hasta la instauración de estructuras regulares como la Coordinación Estudiantil. Con el paso de los años, la construcción de un movimiento estudiantil oficialista tuvo que confrontar una amplia gama de obstáculos, tanto en su apelación al estudiantado como en su legitimación frente a la autoridad. En estas líneas se pretende dar cuenta de algunos aspectos de ese proceso de construcción de un discurso estudiantil ad hoc a la dictadura y el modo como se intentó implementar.
En vez de otorgar énfasis a los aspectos épicos de la lucha democrática de los estudiantes opositores dentro de la universidad por consolidar espacios de crítica y reinvención de la política y su búsqueda de perpetuar conceptos tributarios del ideario reformista, nos interesa apelar a este otro actor colectivo de la trama, esa generación que desde la trinchera del poder no logró, sin embargo, hacer totalmente exitosos los supuestos de un discurso con rasgos fundacionales que además, en la medida que se acentuaban las críticas globales al autoritarismo, se hacía más contradictorio. Nos interesa entender su propuesta de universidad, su comprensión del rol de los estudiantes en ésta y su concepción de lo político. Además, pretendemos perfilar una noción de ciudadanía universitaria, concepto que queremos definir a lo largo del texto, a partir de variables como la participación estudiantil, la interlocución con las autoridades y la gestación de espacios de creación y recreación cultural. Buscamos contrastar todos estos aspectos frente al discurso oficial. Como tema orientador mayor, siempre discurrirá a través del texto el problema de la legitimación del Régimen en la juventud y la viabilidad de la imposición de un consenso activo en el subsector universitario, como uno de los campos de aplicación de una supuesta política coherente orientada a cimentar ideológicamente la dominación militar y la despolitización de la sociedad entera.
Como marco cronológico para el desarrollo de este tema hemos optado por estudiar el proceso entre 1974 y 1979, teniendo en consideración que la primera fecha indica un año académico ya regular (luego de los convulsos meses posteriores al golpe de septiembre de 1973) en que se asume, desde la lógica gobiernista, el inicio de la reconstrucción y despolitización de la Universidad de Chile y 1979 marca la génesis del sistema de FECECH(Federación de Centros de Alumnos de la Universidad de Chile), que levanta una peculiar propuesta de representación estudiantil que, involuntariamente, inaugurará el tránsito hacia la reconstrucción de la FECH (Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile) como organismo de representación estudiantil con claras y transparentes relaciones con la política nacional y los partidos de oposición al gobierno militar. En cuanto al alcance geográfico de nuestro estudio, éste se circunscribe a Santiago, fundamentalmente ya que los dirigentes estudiantiles que tuvieron mayor presencia pública, interlocución con las autoridades universitarias y capacidad de movilización fueron precisamente los de la capital, aún en la época en que la Universidad de Chile no perdía todavía su carácter de universidad nacional, eliminado mediante la Ley General de Universidades de 1981.
En general, a la hora de mirar las formas de organización estudiantil universitaria durante la época del gobierno militar nos encontramos con perspectivas globales respecto al sistema universitario como conjunto, que suelen considerar como centro de interés al estudiantado en cuanto factor coadyuvante de la lucha antidictatorial y que, por otra parte, insertan las formas de acción organizacional universitaria en una suerte de “evolución histórica lógica” del movimiento estudiantil, categoría que alude a una serie de principios democratizadores que le darían coherencia a éste. Emparentado en cierto modo con este enfoque hallamos el punto de vista de obras como la Biblioteca del Movimiento Estudiantil Chileno, dirigida por Manuel Antonio Garretón y Javier Martínez, FLACSO, Santiago, 1984, 5 volúmenes. Es esta una obra de síntesis fundamental para el conocimiento previo a la época que nos interesa que, sin embargo, considera a la Universidad de Chile dentro del conjunto mayor del sistema universitario nacional y dedica, por lo tanto, una atención lateral al tema de nuestro interés. Su principal mérito, no obstante, es el de señalar una puntualización conceptual importante: “lo que existe en realidad son múltiples movimientos estudiantiles, plenos de peculiaridades y diferencias, que definen su carácter social en el complejo marco de las relaciones entre el poder, la cultura y la sociedad. Así, movimientos fuertemente políticos coexisten, suceden o son sucedidos por movimientos estrechamente corporativos”. Esta es la realidad del proceso del cual nos interesa dar cuenta.
En otro nivel, algo menor en ambición y fuertemente dependiente de una visión “heroica” del proyecto democratizador del estudiantado opositor, se halla el texto de José Auth Las luchas estudiantiles en Chile. Crónica de una década (1973-1983), Documento de Trabajo Sur nº 91, Santiago, 1988. Se centra en una crónica testimonial acerca de los modos mediante los cuales se fue tejiendo una red de participación estudiantil en la Universidad de Chile a través de instancias deportivas o artísticas que generaron espacios de contacto político. Siendo una travesía colectiva y generacional muy interesante, sin embargo escapa a nuestro foco de interés, ya que, como lo muestra el epígrafe con que abrimos estas consideraciones iniciales, es una mirada “desde la otredad” a los estudiantes oficialistas y sus mecanismos de representación, esto es, un modo de análisis en que la simplificación del mundo universitario gobiernista como adversario debilita su comprensión.
La obra que, probablemente, nos es de mayor utilidad es la tesis de maestría de Jorge Baeza, El discurso y la acción del gobierno militar chileno sobre el movimiento estudiantil universitario. 1973-1980, ILADES, Santiago, 1985, cuyo eje es analizar, a la luz de la doctrina social de la Iglesia, los postulados del gobierno militar sobre las formas de organización estudiantil. Siendo este trabajo más pertinente y cercano a nuestro tema, sin embargo recoge sólo de manera parcial la voz del estudiantado oficialista de la Universidad de Chile, ya que su interés está en la comprensión de todo el sistema universitario. El mérito que posee esta obra, para los propósitos que nos interesan, es que se plantea bajo la premisa de “dejar hablar al mismo Gobierno Militar”, utilizando numerosas y diversas fuentes oficiales para lograr perfilar su discurso y que aborda el período que nos interesa, bajo la denominación de “movimiento estudiantil universitario oficialista vigilado, al interior de una universidad vigilada”.
Por otra parte, el trabajo de Genaro Balladares y Esteban Romo acerca del movimiento estudiantil en el Campus Macul de la Universidad de Chile también nos ha sido de utilidad para poder situarnos de modo muy cercano en el contexto de los años que son de interés para nuestro tema. No obstante, del mismo modo que sucede con los estudios mencionados arriba, el protagonista colectivo de la trama estudiada por los autores es nuevamente el movimiento estudiantil, sobre el cual se desarrollan una serie de consideraciones teóricas muy pertinentes en la primera parte de la obra a la que nos referimos.
Hemos señalado estas obras como textos que se acercan, en mayor o menor medida, a nuestro punto de interés. Existe, además, amplia literatura periférica a nuestro asunto, entre la que cabría mencionar los variados trabajos de José Joaquín Brunner, desde el ámbito de la sociología, sobre el sistema universitario que, sin embargo, cooperando para situarnos en las mutaciones de la institucionalidad universitaria durante el período en estudio y en las discusiones mayores sobre la intervención militar en las universidades, no recogen el tema del movimiento estudiantil de modo profundo.
2. Hipótesis principales
Nuestra investigación estará guiada, como se ha dicho, por el propósito de hacer visible y comprensible al mundo universitario oficialista en el contexto de una institución y un país en tiempos de cambios profundos y dramáticos. Plantearemos como hipótesis de trabajo que la representación estudiantil oficialista en la Universidad de Chile tuvo una concepción coherente de universidad, participación estudiantil y ciudadanía universitaria, en la que cabían grados de disenso entre el discurso oficial y el de los dirigentes estudiantiles que encabezaron tales organismos; que en el escenario de los dirigentes universitarios partidarios del régimen militar se manifestaron claramente los conflictos mayores que, en términos de proyecto político global, dividían al oficialismo y, por último, que fracasó, bajo sus supuestos iniciales, el proyecto de representación estudiantil oficialista en la Universidad de Chile.
Pensamos que la novedad que puede aportar nuestra investigación radica en asumir como centro de interés a este conglomerado de estudiantes que se constituyen, en nuestro interés historiográfico, en mucho más que los otros que se identifican en el epígrafe de estas páginas introductorias. Tal conocimiento puede permitir dar mayores luces a una comprensión más amplia y abarcadora de los cambios radicales que la Universidad de Chile vivió bajo el gobierno militar y comprender cambios y permanencias en la “cultura política” de los estudiantes universitarios durante la intervención militar en la casa de Bello.
3. Metodología, aspectos teóricos y fuentes
Nuestro planteamiento para llegar a la comprobación o refutación de las hipótesis antedichas privilegia una metodología centrada en análisis cualitativos de nuestras fuentes documentales. Por la naturaleza del tema, lo asociamos fundamentalmente a los campos de la historia política y de las ideas. Debido a por nuestras personales orientaciones, no utilizamos explícitamente algún modelo interpretativo determinado ni adherimos a alguna teoría social específica como fundamento interpretativo. Preferimos el sinuoso camino de la reconstrucción de época, de una narración que nos permita situarnos en la lógica de los actores involucrados en el proceso que nos importa y que nos allegue a una comprensión de sus supuestos ideológicos y sus acciones concretas. Comprendemos que, de acuerdo a ciertas perspectivas teóricas respecto a la producción historiográfica, pueda aparecer como una empresa riesgosa abordar un tema cercano en el tiempo, de cuyo núcleo de procesos históricos se derivaron situaciones que afectaron (en estricto sentido, afectan) la propia vida de quien escribe estas páginas. Sin embargo, afirmamos que tal empresa es legítima, en la medida que implique un uso apropiado de las técnicas y métodos propios de la tarea historiográfica. Esto nos parece de la más alta pertinencia, ya que nos sentimos radicalmente comprometidos con el destino de nuestra disciplina y percibimos que sus desafíos presentes, su legitimación como saber relevante y, finalmente, su proyección como producto cultural que se inserte en la construcción de una sociedad sana y democrática, tienen que ver con una actitud de innovación permanente, de cuestionamiento temático y metodológico, de un cierto sano atrevimiento que sepa, quizás, desandar luego sus pasos bajo la mirada de la crítica, pero que haya sido fructífero, aunque sea modestamente, para el conocimiento histórico. En definitiva, nos mueve la certeza de que toda nuestra producción historiográfica es, a la larga, un perpetuo diálogo entre el pasado y el presente y que nuestra visita a aquél no nos aliena ni libera de nuestros miedos y esperanzas, ya sea intentando comprender los mecanismos de procesos que se pierden en la lejanía del tiempo o enfrentándonos a reconstruir algunos aspectos de un devenir más reciente.
En relación con lo anterior, nos parece informativo tener en cuenta que en el marco general del desarrollo de la historia contemporánea, las últimas décadas han visto la aparición de una nueva rama historiográfica que es conocida bajo diversas denominaciones, la más aceptada de ellas la de historia del tiempo presente. En general, el desarrollo de esta tendencia se ha producido a partir de centros académicos, fundamentalmente franceses, que cultivaban la historia contemporánea y han encontrado en ella una serie de vacíos y limitaciones. También es importante mencionar que esta historiografía se origina en motivaciones vinculadas a la disputa por el poder de explicación y el prestigio mediático de otras ciencias sociales, como la sociología y la ciencia política, y por un afán de disputar al periodismo el discurso sobre una porción del pasado de la que no se hacía cargo la historiografía académica tradicional.
Ya en la década de 1970 Jacques Le Goff abogaba por la aparición de una historia del presente, que superara la definición oficial de la contemporánea, en atención a las profundas transformaciones de las relaciones entre pasado y presente, fruto de la “aceleración de la historia” en las últimas décadas. Una historia concebida como contemporánea resultaba ya ser una categoría agotada, dado que englobaba de modo difuso todo aquello posterior a la Revolución Francesa, por lo cual, como algún autor anota irónicamente, nosotros resultaríamos contemporáneos de Napoleón. En este argumento lo que percibimos es una discusión que podría leerse simplemente como un conflicto de rotulación histórica que pudiera ser salvado mediante el expediente de inventar una nueva marca para una época distinta. Sin embargo, por debajo de esta polémica de resabios taxonómicos se desliza un problema mayor, que es el de la discusión sobre el presente y su imbricación con el pasado, que cobra fundamental relevancia para la validación de la investigación que desarrollamos en estas páginas.
La carta de ciudadanía de la historia del tiempo presente ha debido ser ganada contra una serie de objeciones que nos sitúan en el terreno de la discusión sobre la objetividad del historiador. Una de las principales quejas que se le ha formulado es acerca de la falta de distancia para apreciar los hechos. Por otra parte, se argumenta que su vinculación temática con la circunstancia esconde el peligro de una instrumentalización política o de otro orden del producto de la investigación. Sin embargo, lo que yace en el fondo de la historia del tiempo presente es una inversión de la centralidad de lo que se entendía como misión de la historiografía en sus primeras formulaciones, en tanto conservación de la memoria de lo relevante del pasado.
En efecto, con la historia del tiempo presente se asiste a la radicalización de la toma de conciencia de la historicidad del presente, el cual “ha adquirido un color histórico; antes de cualquier elaboración crítica, antes de cualquier cribado, es vivido directamente como historia(...) Pero es una historia en presente, que no depende del consenso futuro de los historiadores, sino que mana de las profundidades de las masas y de su vivir cotidiano, demasiado diverso, incierto y móvil para servir de fondeadero al pasado”.
La historización del presente, recién aludida, ha marchado a la par de un proceso de redefinición del acontecimiento en la historiografía, que ha tenido un trayecto que ha estado marcado por épocas bien determinadas: en una primera y extensa etapa, el acontecimiento ha sido la base de la historia, entendido como manifestación de la singularidad, o sea, como el tradicional dato histórico, asociado a lo notable y excepcional, esto es, a lo político y al individuo destacado. Luego, la crítica a esta historia événementielle ha sangrado al acontecimiento de su sustancia y lo ha sumido bajo las estructuras y la larga duración, en la acepción de los Annales. Finalmente, de modo paralelo a la emergencia de la historia del tiempo presente, se ha producido una cierta vuelta al acontecimiento, pero bajo una forma diferente a su primer significado de singularidad. Todo este proceso nos es relevante en la medida que tiende a redefinir las categorías de estructura, hecho histórico y, por ende, de historia contemporánea y, subsecuentemente, permite el afloramiento de la historia del tiempo presente.
El acontecimiento, bajo su nueva lectura, es entendido como algo más cercano a la integración en una narración, lo que remite a la perspectiva hermenéutica de Paul Ricoeur del acontecimiento sobre significativo, entendido “en el sentido de que no existe en estado bruto sino que es siempre el resultado de una narración, de un discurso” . Esto conecta directamente con la lógica de la narración articulada por los testigos de procesos históricos. En tal medida, la historia del tiempo presente pretende incorporar a lo histórico una actitud nueva frente a las formas vivas de memoria, manifestadas en el recurso a la historia oral y en términos cronológicos en el espacio de una vida humana. Esto se manifiesta, en la medida que nuestro trabajo se acerca a la historia del tiempo presente, en el uso de testimonios de algunos protagonistas del proceso narrado en estas páginas.
En la historia del tiempo presente, la centralidad del presente como punto de mira hacia el pasado ha quedado ahora reflejando la dimensión contingente de todo conocimiento del pasado ya que, tanto en la historia contemporánea como en la del tiempo presente, se tiene en cuenta el carácter provisorio de cualquier historiografía. Con ello, bajo esta perspectiva, la exigencia de una distancia en el tiempo para elaborar conocimiento histórico retrocede, ya que gana sentido la consideración del acontecimiento dentro de una trama o estructura que lo articula. Por último, cabe resaltar que, en un cierto modo, la historia del tiempo presente se entiende a sí misma como una vuelta hacia los orígenes de la historiografía, en la medida que aborda el pasado reciente y actuante en la situación del intérprete, ganando así la disciplina histórica una vinculación indisoluble con la construcción de la realidad. De una u otra manera, esta es también una perspectiva que hemos incorporado en el modo en que nos hacemos cargo de nuestro objeto historiográfico, aunque no suscribamos totalmente sus supuestos y estemos algo distantes de algunas de sus premisas teóricas.
Para el desarrollo de la investigación se utilizan como fuentes entrevistas realizadas a dirigentes estudiantiles del período en estudio, lo que introduce en el desarrollo de esta investigación la metodología de la historia oral; archivos y documentos oficiales de la Universidad de Chile (Revista de la Universidad de Chile.1976-1980) y de los organismos de representación estudiantil oficiales, tales como Presente (Consejo Superior Estudiantil de la Universidad de Chile. 1977-1980), Amancay. (Departamento de cultura de FECECH. 1980-1981), Dadis Revinu (FECECH. 1981); periódicos (El Mercurio, La Tercera), revistas ( Ercilla 1974-1983, Hoy 1977-1983, Qué Pasa 1974-1983) y diversas publicaciones periódicas (entre ellas: Estudios sectoriales de la coyuntura chilena, 1975-1979 y Realidad Universitaria, boletín publicado por la Academia de Humanismo Cristiano.1980-1983).
Al desarrollar un catastro para establecer la disponibilidad de fuentes con las cuales llevar a cabo nuestro propósito, nos hemos encontrado con algunas situaciones que merecen mención. No se ha podido encontrar libros de actas ni registros seriados de las sesiones de los diversos organismos de representación estudiantil a través del período. No hay, por ende, una posibilidad de reconstrucción del discurso interno del estudiantado oficialista desde sus instancias de acción, vacío que hemos intentado subsanar, como se ha indicado, mediante las fuentes orales y la presencia del oficialismo estudiantil de la Universidad de Chile en la prensa. Muchos documentos han sido llevados por el ventiscoso tránsito del autoritarismo hacia tiempos de mayor calma, vacío que ha sido complementado con una cierta informalidad connatural a la esencia de los dirigentes estudiantiles (al parecer en cualquier época...) Nos queda, así, instalada la pregunta acerca de los desafíos que próximos investigadores encuentren cuando quieran reconstruir la trama interna del período que nos ocupa. Por lo tanto, la naturaleza inacabada de toda investigación histórica se nos hace manifiesta desde el inicio de estas páginas.
4. Régimen militar, universidad y representación estudiantil (1974-1980)
La historiografía nacional ha exhibido una prudencia tal vez sobredimensionada que nos ha privado, hasta la fecha, de una gama razonablemente amplia de estudios propiamente históricos acerca del gobierno militar encabezado por Augusto Pinochet. Tal deficiencia, que en los últimos años ha tendido a ser solucionada, se ha visto compensada principalmente gracias a los aportes de otras disciplinas como la sociología o la ciencia política. Pese a esta carencia, creemos que no carece de legitimidad y validez emprender, a título de visión simplemente panorámica, una esquemática caracterización de una parte de la época autoritaria, la que esbozamos en los siguientes párrafos desde nuestro foco específico de interés: el mundo de la universidad. Renunciamos, pues, consciente y explícitamente a una reconstrucción profunda de la época que estamos abordando y optamos por seleccionar algunos aspectos del contexto que nos parece necesarios tener en cuenta para articular nuestra narración.
Los meses siguientes al Golpe del martes 11 de septiembre de 1973 fueron el escenario de cruciales definiciones políticas de parte de los nuevos detentadores del poder. La naturaleza heterogénea de la base de apoyo del nuevo régimen no habría permitido presagiar, a pocas semanas de la deposición de Salvador Allende, que el proyecto político del nuevo gobierno pudiera concebirse más allá de la mera función de circunstancial cauterizador de la gran crisis política que el país había experimentado en los años precedentes. Sin embargo, indicios del sentido fundacional que adquiriría el gobierno militar se manifestaron ya en los primeros bandos que buscaron dotar de legitimidad a la deposición del presidente Allende. Más allá de la naturaleza de la intervención de los uniformados como último recurso para evitar una eventual guerra civil, se invocaba en tales comunicados oficiales una serie de argumentos que, inscritos en el proceso de lucha por la hegemonía del proceso de reconstrucción nacional, definirían un proyecto de largo aliento. Trasunto de este ánimo eran las duras palabras del General Gustavo Leigh, el mismo martes 11 de septiembre, cuando anunciaba que era misión de las nuevas autoridades lograr “la erradicación del cáncer marxista”, metáfora de filosos contornos que hacía presagiar una política de represión a los movimientos y partidos simpatizantes del régimen depuesto. Esta línea argumentativa era una cara de la misión que se planteó el gobierno militar (la que, sin duda, dio el marco para numerosas violaciones a los derechos humanos, principal baldón histórico del régimen), pero, complementariamente, los militares en el poder, enfrentados a lo que percibían como un país desintegrado política, económica y socialmente, se dieron a la búsqueda de cursos de acción que permitieran superar tal situación. Teniendo en cuenta esta necesidad de un plan de gobierno es que se logra contextualizar apropiadamente los conflictos internos que se dieron entre los adherentes al régimen militar, querellas internas que no cesaron de manifestarse a lo largo de todo el período que abarca este estudio.
La necesidad de dotar al gobierno de un itinerario político se convirtió, a poco andar, en una urgencia crecientemente mayor, más aún en la medida que se consolidaba el proyecto fundacional en el horizonte de los nuevos conductores del poder. Se hacían cargo de un país que, de acuerdo a la interpretación histórica que ha logrado hegemonía en los últimos decenios, se encontraba escindido por la implantación de una cultura política de corte maximalista, la era de las planificaciones globales, lógica holística de la cual el propio régimen militar no podría abstraerse y que, incluso, encontró en él a su expresión más radicalmente revolucionaria.
El gobierno militar puede ser caracterizado a partir de ciertas peculiaridades que presentó, dentro del contexto de las dictaduras que se establecieron en los países vecinos durante la década de 1970. En variadas ocasiones se ha puesto de relieve que, siendo una dictadura militar institucional, esto es, una característica expresión de la realidad invocada a través del concepto de Estado Burocrático Autoritario, la personalización del poder en la figura del Comandante en Jefe del Ejército, Augusto Pinochet Ugarte, la diferenció de otros regímenes vecinos. El peculiar proceso de centralización del poder en la persona del General Pinochet imprimió una dinámica específica a la configuración de los equipos asesores del régimen y condujo, como se indicará posteriormente, a una disputa de lealtades que generó identidades oficialistas distintas: sensibilidades informadas de un ideario nacionalista por un lado y, en la otra gran rama del sustento político del régimen, la estructuración del proyecto gremialista, tendencia que logró, a la larga, imponer sus términos tanto en la conducción política como económica del gobierno, aunque siempre bajo la facultad arbitral y decisoria del propio Pinochet.
Una caracterización básica del gobierno militar debe incorporar como uno de sus elementos principales la profunda reestructuración, con perfiles de verdadera revolución económica, que se aplicó durante los años del autoritarismo, de hondas consecuencias para el desarrollo del Chile contemporáneo. La implementación de un esquema basado en la apertura de la economía chilena al exterior; la reducción del protagonismo del Estado; el traslado de la gestión de salud y educación a las instancias municipales; el proceso de regionalización y descentralización administrativa y, en definitiva, la instauración del principio de subsidiariedad como criterio axial de toda la política gubernamental configuran una apretada síntesis de la revolución pinochetista. En semejante contexto, la política sectorial hacia la universidad hubo de enfrentar definiciones de profundo alcance.
Una suerte de principio doctrinal, que atraviesa el discurso de las autoridades de gobierno a lo largo de los primeros años del régimen es (como lo sostenía en 1974 el General Gustavo Leigh) el de “no entregarle al enemigo lugares claves en esa lucha ideológica y de poder, como son las universidades, [esto] no es una actitud sectaria ni revanchista. Es un imperativo de sobrevivencia”. Si se atiende a la existencia de fases de política universitaria de parte del gobierno militar, es discernible una primera etapa que, como correlato del proceso de aniquilación de la disidencia política, se expresa en los campus universitarios como un período de reacción y no de propuesta, ya que no se ha definido con certeza en el gobierno una línea concreta de acción en el ámbito educacional. Siguiendo la caracterización propuesta por Manuel Antonio Garretón, los años 1974 a 1977 serían el escenario en que se desplegaría este episodio de la política universitaria de los militares que no tendría como sustento sino los aspectos represivos y desarticuladores de la oposición. Allí se inserta, coherentemente, la desaparición de la FECH y su reemplazo por sistemas de representación designados por la autoridad universitaria.
En cambio, a partir de 1976-77, se podría apreciar la puesta en marcha de un proyecto de sociedad con grados mayores de coherencia ideológica, encuadrados en la opción del gobierno por implementar profundas reformas económicas y sociales de corte neoliberal, lo que va a producir la génesis de una propuesta de política universitaria que va a terminar expresándose en la Ley General de Universidades de 1981 y en la descentralización de la Universidad de Chile y su desarticulación como universidad nacional. No obstante, el nuevo planteamiento general del gobierno en el campo educacional adquirió una singular radicalidad, en la medida que no intentó consolidar un consenso activo en los diversos niveles del aparato escolar y universitario a través de un proceso de adoctrinamiento sino que impuso, desde la señalada ley, una forma alterna de control de la agitación estudiantil: la creación de un sistema de relaciones que, al someter toda la vida al interior de la universidad al mercado, desalentó los comportamientos rebeldes, mediante la coerción económica.
Las nuevas opciones tomadas por las autoridades militares, en la medida que implicaban un reajuste radical del ordenamiento económico y social del país, debían hallar un respaldo que se expresara en alguna forma de consenso. La coerción y la represión política durante la primera parte del régimen militar despejaron, sin duda, el camino para la implementación de las reformas que se ha indicado con anterioridad. No obstante, la radicalidad de las medidas permitía conjeturar que el gobierno buscaría grados de apoyo más organizados. Sin embargo, Pinochet no procedió a la formación de un partido de gobierno, pese a que hubo múltiples indicios de ello. En esta coyuntura es que se articuló la discusión acerca de la creación de un movimiento cívico-militar que, en cierto modo, es el propósito que estaba detrás de la actuación de la corriente gremialista cuando se organizó el Frente Juvenil de Unidad Nacional en 1975.
El proceso de construcción de una proyecto político de largo alcance halla su momento crucial en 1977 cuando, precisamente en el marco de una liturgia oficialista destinada a la juventud (el aniversario del Combate de La Concepción), Pinochet da a conocer, mediante el Discurso de Chacarillas, los principios y lineamientos institucionales de su gobierno para los siguientes años. La agenda gobiernista, definida ya hacia la sustitución de la democracia liberal y a su reemplazo por una democracia “autoritaria, protegida, integradora, tecnificada y de auténtica participación social” (de acuerdo a los términos del propio Presidente), define los marcos a los que ha de someterse toda organización pública y reafirma la proscripción de la actividad partidista, en un horizonte que incluso la excluye de la etapa de transición, que es la que, de acuerdo a la carta de navegación gobiernista, habría de iniciarse antes del 31 de diciembre de 1980, como efectivamente sucedió al llevarse a cabo en septiembre de ese año el plebiscito para aprobar la Constitución propuesta por el gobierno a la ciudadanía. No sólo entonces habrían de estar silenciados los partidos políticos, sino que también en la etapa de normalidad o consolidación, o sea, cuando los militares abandonaran el poder, evento que en ese momento aún no estaba establecido claramente, de acuerdo con la doctrina oficial de que no importaban los plazos sino las metas.
En el plano específico de la Universidad de Chile, al cual nos referiremos en términos muy generales, la intervención militar se plasmó mediante la acción de los Rectores Delegados que se hicieron cargo de la institución desde las primeras semanas posteriores al Golpe de Estado. Pulsiones de distinta naturaleza se manifestaron durante estos años en el cuerpo de la universidad: periódicas pugnas, que nacían a partir del cataclismo que supuso la desarticulación de parte importante de su cuerpo académico y directivo, mantuvieron un clima de inestabilidad e inseguridad que atravesó a los estamentos académico y administrativo, tal como a los estudiantes, tema que nos ocupa principalmente en este estudio. Tal clima de conflicto se presentaba como natural en la medida que se había producido una desarticulación de las redes de poder tradicionales al interior de la institución y ahora nuevos grupos emergentes y contradictorios pujaban por asumir la conducción en los distintos niveles, partiendo desde la Rectoría misma hasta llegar al nivel de los departamentos de escuelas e institutos.
Entre 1973 y 1979, la Universidad de Chile comparte la situación general de los centros de educación superior, en la medida que no se encuentra orientada hacia un plan mayor de desarrollo que la guíe. La política de gestión universitaria se encuentra abocada preferentemente a la reversión de los efectos del proceso de reforma universitaria llevado a cabo en los años previos, sin existir una línea doctrinaria clara que oriente al quehacer global de la Casa de Bello. Es un intervalo marcado por acciones punitivas y de depuración ideológica en la universidad, particularmente enfocada hacia la desarticulación de áreas sensibles a la “infiltración ideológica” como, principalmente, las ciencias sociales.
Por otra parte, la Universidad de Chile experimenta en estos años un proceso de contracción en su volumen tanto de estudiantes como de académicos y funcionarios, en concierto con las políticas económicas de cariz restrictivo que se están implementando en el país. Éstas mismas dan la pauta para que, además, se vaya avanzando hacia un cambio de paradigma con respecto al financiamiento de los estudios superiores, lo que va a definir un creciente discurso de las autoridades en pro de las disminuciones presupuestarias y la perspectiva del autofinanciamiento de la educación superior. No obstante, tal apoyo no estará exento, en diferentes etapas de este proceso, de matices y de heterodoxias por parte de algunos directivos de la universidad.
Es, en definitiva, a partir de 1979 que puede percibirse una definición programática más clara en la dirección de la Universidad de Chile, en virtud de los inicios de una política universitaria más enfática de parte del gobierno, la que se va a formalizar en la Reforma Universitaria de 1981.
5. Los primeros gérmenes de organización estudiantil oficialista. (1974-1976)
El recuerdo de los últimos años de funcionamiento de la FECH generaba en ciertos sectores del estudiantado, a inicios del régimen militar, la estigmatización casi global de todo tipo de estructura electoral representativa de los alumnos de la universidad. La politización generalizada de toda la escena universitaria durante el período de la Unidad Popular marcaría un rasgo determinante a la hora de explicar los perfiles de la nueva dirigencia estudiantil que nace durante los primeros años del régimen militar. Un testimonio indicativo al respecto lo entrega Aníbal Vial, uno de aquellos dirigentes, quien rememora:
"Tengo recuerdos de haber visto como alumno de primer año, a los 18 años, cuestiones que me marcaron bastante: por ejemplo, en una prueba, no recuerdo si de cálculo o álgebra, a algunos alumnos los cambiaban a los asientos de atrás y, de repente, yo buscando a alguien, no sé si a un ayudante para preguntarle algo, me di vuelta y atrás había una máquina, por decirlo así, de ayuda a ciertos alumnos. Y resulta que después, con el tiempo, era toda una máquina para sacar bien el ramo. Era una cosa poco clara entre ayudantes y alumnos. Después, con el tiempo, uno se fue dando cuenta que esto era una cosa [establecida como un acuerdo]: "tú, dedícate a la actividad política y yo te ayudo". Esto recuerdo que me marcó muchísimo en cuanto a que estaba en un lugar que de universidad tenía [sólo] el nombre...Esto me fue decepcionando, fuera de que uno podía entrar tres veces, si es que, o dos a la semana, al Pedagógico. Todo pintado, uno oía balazos... en fin, un ambiente no muy atractivo. Eso me fue decepcionando de la universidad...".
Esta actitud de rechazo ante toda instancia que politizara a la escena universitaria de parte de los jóvenes adherentes al nuevo gobierno se complementaba con que quienes no compartían el ideario del oficialismo se encontraban en desmedrada situación para poder levantar algún tipo de defensa o rearticulación de la fenecida FECH sin arriesgar en esa empresa posibles sanciones o males mayores.
Durante los dos primeros años del régimen militar el sistema de representación de los estudiantes de la Universidad de Chile fue transitando desde la total inexistencia, fruto de la proscripción de la FECH luego del 11 de septiembre de 1973( aunque, curiosamente, sólo en noviembre de 1980 se le canceló su personalidad jurídica, establecida en mayo de 1946), hasta la instauración de estructuras regulares como la Coordinación Estudiantil. A los pocos meses de asumido el nuevo gobierno e intervenidas militarmente las universidades, ya se hacían manifiestas las propuestas dirigidas a atomizar al alumnado y fomentar la competencia y el individualismo. El Rector Delegado Hernán Ruiz Danyau planteaba, en noviembre de 1973, la necesidad de despolitizar las universidades y que el estudio significara para los alumnos "por lo menos la utilización del 90% de su tiempo, el diez por ciento restante para sus actividades extracurriculares y nada para actividades políticas". La continuidad de este tipo de discurso hacia el estudiantado se proyectó durante la mayor parte del período de los rectores delegados. Muestra de ello es que todavía en diciembre de 1980 se sostenía, durante el fugaz rectorado del General Enrique Morel, que en la universidad "debe haber un horario seguido. Luego el tiempo restante, dedicado a estudiar, y si les queda algo, practicar deporte...".
Para establecer los primeros mecanismos de representación estudiantil en la Universidad de Chile luego del golpe militar se optó por la eliminación a priori de cualquier mecanismo de carácter electoral y, en su lugar, se dio paso a nombramientos de alumnos afines al régimen, los que se fueron normando mediante diversos decretos de rectoría. En diciembre de 1974 se aprueba el Reglamento de los Centros de Alumnos de la Universidad de Chile que plantea como primer considerando que los estudiantes universitarios son un grupo seleccionado de la Nación que debe ser formado con un "elevado sentido de responsabilidad moral y ética con la Universidad y la Patria". Si el "sentido común" del período reformista se había construido en torno a la democratización del sistema universitario, esta nueva concepción del alumnado como un selecto grupo de elite se planteaba como un postulado innovador, legitimando la llamada al orden en las aulas que pretendía hacer oír el Régimen.
La organización de los estudiantes a través de los Centros de Alumnos estaba concebida para que éstos atendieran los "problemas generales de estudio, de bienestar y de perfeccionamiento físico y cultural de los estudiantes". Dichos Centros de Alumnos se establecerían tanto al nivel de carrera como de facultad. La base del sistema descansaba en los delegados por curso o promoción, designados mediante sorteo por el Secretario de cada Facultad, que los escogería a partir de una lista de cinco candidatos que reunieran algunos requisitos, entre los cuales figuraba encontrarse entre los cinco mejores promedios de notas de la promoción o curso y, obviamente, no haber sido sancionado por actividad política. Estos mismos delegados propondrían al Secretario de Facultad una terna de candidatos seleccionados de entre ellos para cada cargo de la directiva del Centro de Alumnos (Presidente, Vicepresidente y Secretario) A su vez, los presidentes de Centros de Alumnos por carrera presentarían a consideración de la autoridad de cada Facultad una terna o quina de candidatos seleccionados de entre ellos mismos para configurar la directiva del Centro de Alumnos por Facultad. El nivel máximo de organización al que se llegaba en este esquema era el de Centros de Alumnos por Sedes, cuyos presidentes serían designados por los vicerrectores mediante un esquema análogo a los anteriores niveles mencionados. Este sistema de representación estudiantil, basado en las designaciones de los dirigentes estudiantiles, manifestaba con claridad como "terminantemente excluido de la actividad de las organizaciones estudiantiles toda manifestación que envuelva un carácter político".
En agosto de 1975 se crea la Secretaría General de organización Estudiantil, dependencia administrativa de la Universidad, ideada para servir de enlace entre la Rectoría y el alumnado. Junto con el establecimiento de un Secretario General de Organización Estudiantil y Oficinas de Coordinación Estudiantil en cada Sede, se designa también por cada una de éstas a dos Coordinadores Estudiantiles, uno femenino y otro masculino, los cuales tendrían, entre otras funciones de estímulo a actividades culturales y recreativas, la misión de "atender preferentemente los problemas de los estudiantes de su sexo y proponer soluciones al Coordinador Administrativo". Los Delegados de cada Centro de Alumnos, designados por el Presidente de éste (a su vez nombrado por el Coordinador administrativo y los Coordinadores Estudiantiles), deberían ser "alumnos y alumnas, proporcionalmente al número de cada sexo que tengan que representar". ¿Atrevido anticipo de políticas de género?... Lo concreto es que este sistema no tuvo una aplicación muy prolongada, pues ya se avizoraba la estructuración de un nuevo esquema, cuya primera etapa se produjo sólo meses después, cuando en octubre de 1975, se implementan efectivamente los coordinadores estudiantiles. En la memoria del estudiantado afín al régimen militar esta instancia significó el inicio de un camino de creciente representatividad. En palabras de Ignacio Astete, principal coordinador estudiantil durante 1975-76 "para quienes tuvimos el honor de ser depositarios de la confianza de las autoridades, fue el inicio de un año que debía consistir fundamentalmente en organizar a los estudiantes de esta Universidad".
Durante ese período el grupo de estudiantes tolerados dentro de la norma oficial llevó a cabo diversas acciones, tales como trabajos de verano durante enero de 1976, planes de acción social, creación de una Bolsa Universitaria de Trabajo, entre otras iniciativas. En cierto modo, se estaba articulando una propuesta estudiantil universitaria con mayores grados de coherencia, apoyada por el contexto de una política juvenil de parte del gobierno militar, delineada a través de manifestaciones oficialistas de tono patriótico y retórica nacionalista, como el homenaje, en julio de 1975, a los héroes del Combate de La Concepción, rescatados de la memoria histórica y elevados al rango de íconos del imaginario oficial. En esa ocasión, la escenificación del proyecto juvenil del régimen reunió, a la luz de un desfile de reminiscencias estéticas fascistas, a jóvenes figuras públicas simpatizantes del gobierno como Antonio Vodanovic y Jaime Fillol, entre otros. Consecuencia directa de estas manifestaciones masivas fue el nacimiento del Frente Juvenil de Unidad Nacional. Este organismo, que no pretendía, según sus dirigentes, llegar a constituirse en un partido político, estaba concebido para brindar un apoyo militante al gobierno en los diferentes escenarios en que se movía la juventud.
En el caso de su expansión al mundo universitario, sus líderes reconocían la dificultad para lograr adhesión ya que "la gente está disgregada por la naturaleza misma de los estudios y también son más difíciles". El teórico del movimiento era Jaime Guzmán Errázuriz, el principal asesor ideológico del régimen militar. La constitución de este movimiento ya planteaba serios desafíos a la consistencia lógica de la figura retórica bajo la cual se albergaría la legitimidad del gremialismo en la Universidad de Chile, fundamentada en el total apoliticismo e independencia de la acción estudiantil universitaria frente a cualquier ente externo a la universidad. El gremialismo de la "U" fue tomando cuerpo en los primeros años del régimen militar, teniendo como ejemplo a su símil de la Universidad Católica. Este parentesco, reconocido por dirigentes como Patricio Melero y Aníbal Vial, quienes se consideraban "primos hermanos" de los jóvenes oficialistas del plantel católico, es importante de tener en cuenta, más aún cuando irá delineando dentro del colectivo estudiantil oficialista una línea política que chocará en variadas ocasiones con los sectores de orientación nacionalista. Con todo, el gremialismo, que se veía a sí mismo como heredero de la lucha por la defensa del apoliticismo de los escenarios universitarios durante el período de la Unidad Popular se manifestaba presto, no obstante sus planteamientos teóricos, para brindar entusiasta y explícito apoyo político al gobierno militar. Siguiendo esta peculiar lógica apolítica, en el caso de la Universidad de Chile, la cabeza de la coordinación estudiantil, Ignacio Astete, formaba parte a la vez de la dirigencia del Frente Juvenil de Unidad Nacional como coordinador nacional.
El punto señalado anteriormente es significativo de tener en consideración pues, sin duda, minó desde un principio las bases de credibilidad de los organismos estudiantiles oficialistas, que no pudieron hacer una síntesis afortunada entre su prédica apolítica y su praxis al interior de las universidades, al margen de merecer el beneficio de la duda con respecto a sus verdaderas intenciones. En estricto sentido, a la larga, este tópico se convertiría, junto con el tema de los mecanismos de generación de dirigentes estudiantiles, en una de las pesadas cruces con que hubo de cargar el gremialismo durante los años en que tuvo la conducción de las estructuras de representación del alumnado de la Universidad de Chile. El conflicto entre una postura apolítica y una acción práctica orientada a defender al gobierno del cual se sentían partícipes, llevó a los gremialistas a una situación de interdicción permanente, planteada bajo la figura de la "intervención" por parte de los sectores de estudiantes opositores al régimen militar.
El año 1976 era, entonces, la coyuntura en que se comenzaba a encarnar una política estudiantil oficial con grados mayores de organización, paralelos a la voluntad de la autoridad de impedir cualquier tipo de expresiones opositoras, lo que se hace manifiesto mediante la circular nº 63 de la Vicerrectoría de Asuntos Estudiantiles que, con fecha 7 de octubre de 1976, "prohíbe extrictamente [sic] el colocar carteles, letreros, distribuir panfletos, firmados o anónimos, que contengan alusiones a problemas universitarios, de política de Gobierno o relacionados con cualquier punto, materia o dictamen" así como también cualquier tipo de publicación sin previo acuerdo del Consejo Superior Estudiantil.
6. El Consejo Superior Estudiantil (1976-1979)
En el mes de noviembre de 1976 Ignacio Astete, alumno de la Facultad de Agronomía, hizo entrega del cargo de Presidente del recientemente creado Consejo Superior Estudiantil a Aníbal Vial Echeverría. De acuerdo a la visión de Claudio Illanes Ríos, Vicerrector de Asuntos Estudiantiles, el decreto nº 5261 marcó el inicio de una primera etapa en los mecanismos de participación estudiantil, mientras que el decreto nº 12.981, creador del Consejo Superior Estudiantil, significaba el paso a una segunda etapa en que:
"ya nadie puede discutir que los estudiantes de nuestra Universidad cuentan con una estructura cívica, y que tienen la seguridad de gozar de la completa y total independencia para abordar sus tareas, y tomar decisiones en materias inherentes a su condición de alumnos, sin interferir en aquellas que son privativas de las Autoridades Académicas(...) Esta segunda etapa, a juicio de las Autoridades Superiores de esta Universidad, deberá caracterizarse por una penetración efectiva y real en todo el estudiantado. Los Centros de Alumnos tendrán que estar permanentemente alertas para detectar los problemas que afecten a los estudiantes de la respectiva Unidad Académica, y plenamente concientes que su rol de dirigentes no es para un grupo de alumnos con sentimientos, principios y pensamientos afines. Su acción debe llegar a todos y, fundamentalmente, a aquellos que piensen distinto".
Esta alocución es un interesante llamado a una actitud proselitista y se perfila hacia la colonización de un campo del alumnado que se manifestaba indiferente a la acción del gobierno; incluso se constituye en una invitación a los jóvenes oficialistas a socavar las bases del movimiento estudiantil opositor. Illanes anunciaba que, cuando las circunstancias fueran apropiadas, "la última etapa de avance de la Organización Estudiantil, será el restablecimiento de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile". Al menos en el imaginario de las siglas, la FECH no aparecía vetada a priori y figuraba como el norte de la institucionalidad estudiantil que el rector delegado Toro Dávila pretendía llevar a cabo.
El procedimiento para generar a las autoridades representativas del estudiantado estaba marcado por la idea de la designación. En cada área (agrupación geográfica de facultades) se escogería a dos coordinadores, designados por el Vicerrector de Asuntos Estudiantiles, a propuesta del Jefe del Servicio de Organización Estudiantil (un funcionario ad hoc) quien sugeriría una nómina de tres estudiantes, pudiendo tener en cuenta la opinión de los centros de alumnos respectivos, cuyas directivas serían designadas también por la Vicerrectoría a proposición del Consejo Superior Estudiantil. Indudablemente, se configuraba un sistema en el que no se ofrecían flancos para la penetración de las estructuras representativas estudiantiles por parte de la oposición al gobierno, estructurándose una cadena coherente de directivos estudiantiles designados por la autoridad universitaria.
El Consejo Superior Estudiantil nacía a la vida universitaria con un apoyo explícito y entusiasta de las autoridades universitarias. Pronto pudo dar lugar a una publicación que se prolongó incluso hasta el período FECECH: la revistaPresente, editada en muy buen formato y papel aunque con una diagramación algo tosca y carente de atractivo. Mediante este órgano se buscaba socializar en el alumnado las tesis del estudiantado gobiernista que, hacia mediados de 1977, estaba buscando una mayor organicidad a través de reuniones de los diferentes entes creados por las autoridades universitarias para representar a los universitarios. Así sucedió con el "Primer Ampliado Nacional de Dirigentes Estudiantiles de la Universidad de Chile", realizado en PadreHurtado los días 27, 28 y 29 de mayo de 1977.
En el marco de esta jornada, Jaime Guzmán dictó una serie de charlas acerca de la nueva institucionalidad que estaba impulsando el gobierno y el rector Toro Dávila instó a los alumnos a avanzar en la organización estudiantil, reiterando sus promesas acerca de que:
"será muy pronto realidad, el que ustedes tengan una "Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile". En esa misma ocasión, Claudio Illanes declaró que "las organizaciones no pueden transformarse en fuerzas de choque que tengan que estar en contra de quien o quienes dirigen la universidad, ni tienen por el contrario que estar el servicio incondicional de ellas como si fueran sus delegados directos".
Asomos de una incitación a actitudes de independencia estudiantil, que polemizaban con una lealtad monolítica al régimen militar, la que afloraba frecuentemente en los dirigentes estudiantiles gremialistas en ocasiones como, por ejemplo, la entusiasta recepción que el Consejo Superior le brindó, a nombre de todos los estudiantes, al Presidente Pinochet cuando retornó de su gira por Estados Unidos, ese año 1977
Los años en que el Consejo Superior Estudiantil funcionó como la instancia estudiantil reconocida por la autoridad universitaria estuvieron marcados por diversos conflictos. Desde ya, la configuración de una estructura permanente y generalizada para toda la universidad, presentaba a los estudiantes disidentes un flanco concreto hacia el cual dirigir sus críticas, identificando en el Consejo una proyección de los intereses del gobierno militar en la universidad. El conflicto latente acerca de la representatividad de esta estructura se fue convirtiendo en tema habitual en los crecientes espacios de discusión que se fueron generando, especialmente desde la segunda mitad de 1977 en adelante, cuando la lucha por la representación de los estudiantes se ve coyunturalmente auxiliada por conflictos en diversas escuelas, como, por ejemplo, Economía, referentes a exoneraciones de académicos. Dichos conflictos y tal demanda por canales de participación alternativos llevarán a la configuración, meses después, de los "Comités de Participación".
Los problemas relacionados con las exoneraciones de académicos no fueron el único foco de conflicto surgido durante la existencia del Consejo, ya que dentro del propio campo oficialista comenzaron a manifestarse grados diferentes de crítica ante la realidad universitaria y nacional, formulándose algunas opiniones que ponían una voz de alerta sobre fenómenos como, por ejemplo, el denominado "apagón cultural" que sufría el país, frente al cual el presidente del Consejo planteaba la necesidad de revertir su impacto en la universidad. Vial culpaba, entre otros factores, al desorden curricular del sistema flexible, herencia del período reformista, ya que éste significaba un mal empleo del tiempo y un régimen de inestabilidad, en que los alumnos perdían gran cantidad de tiempo sometidos a horarios discontinuos y desplazamientos entre diversas sedes. Complementariamente, la falta de una agrupación generacional producía, según Vial, actitudes individualistas, por lo cual proponía ordenar los estudios sobre la base de la estructura de curso( alumnos que ingresan juntos, estudian una misma carrera y teóricamente egresan juntos) Es llamativo el raciocinio del dirigente universitario y cabeza del Consejo Superior Estudiantil, en la medida que no aludía a otras condicionantes quizás más relevantes y explicativas del fenómeno "apagón cultural", tales como la censura, la falta de debate y la estrecha vigilancia militar de la actividad universitaria.
En los testimonios de algunos de los jóvenes dirigentes que participaron de este proceso de construcción de una institucionalidad estudiantil universitaria permanece el recuerdo de cómo dicho proceso se fue originando a través de mecanismos inicialmente informales, tales como conversaciones y reclutamientos de dirigentes por simples razones de afinidad personal. Generalmente había alguien que, designado por la autoridad, armaba equipos de trabajo entre gente conocida. Como testimonia Aníbal Vial, "poco a poco empezamos a organizar actividades más bien de diversión: semanas mechonas, campeonatos de fútbol, cosas de ese tipo. No había detrás de esto ningún afán político" En la medida que se establecieron los primeros centros de alumnos, al menos en su primera etapa de designados, los mecanismos de participación se fueron haciendo, según los estudiantes oficialistas de la época, más "liberales". Erich Spencer, dirigente gremialista que sucedió a Aníbal Vial en el liderato oficialista una vez constituida la FECECH, recuerda esas instancias como:
"espacios que se iban aprovechando en forma un poco espontánea, no es que siempre hubiera alguien designando. Tú te acercabas al centro de alumnos y les proponías una actividad, una revista, un campeonato de baby fútbol". De todos modos, los circuitos del poder se ejercían de manera cerrada, ya que "en el fondo, los dirigentes salientes se preocupaban de la sucesión, hablaban contigo y te proponían un proyecto".
El modelo de representatividad sin participación fue experimentando cambios, fruto de la dialéctica entre la acción de los estudiantes disidentes, que ya empezaban, hacia 1977, a consolidar espacios de expresión cada vez más permanentes, y, de otra parte, como producto de la propia visión de los sectores del oficialismo que estaban a cargo del Consejo Superior Estudiantil, sectores que se identificaban perceptiblemente más con el gremialismo que con las posturas nacionalistas. Esta orientación, de acuerdo al discurso retrospectivo de los protagonistas, significaba que valoraban la necesidad de participación, la que, eso sí, debía asegurar el absoluto apoliticismo del sistema. Haciendo un diagnóstico de la situación en las universidades, se afirmaba entre los jóvenes partidarios del régimen que:
"se están creando nuevas fórmulas que permitan la mayor representatividad, con una adecuada protección de los vicios del pasado. En el caso de la Universidad de Chile, por ejemplo, del actual Consejo Estudiantil puede pasarse a un consejo formado por los presidentes de los centros de alumnos y más tarde puede elegirse democráticamente a esos presidentes, los cuales, a su vez, podrían elegir a la directiva de la FECH. Porque es fundamental que los dirigentes estudiantiles sean elegidos por sus bases, pero hay que hacerlo responsablemente".
El núcleo gremialista encargado de la organización estudiantil de la Universidad de Chile tuvo, pues, que administrar el creciente descontento que comenzaba a insinuarse en sectores del alumnado ante la falta de participación en las instancias representativas de los estudiantes. Pero no fueron sólo afanes defensivos los que definieron la acción de los jóvenes oficialistas. Junto al discurso legitimador del apoliticismo y la intervención militar en la universidad, los dirigentes estudiantiles gobiernistas se dieron un marco de maniobra para plantear visiones en ocasiones discordantes con la postura de la autoridad y, en algunos casos, abiertamente críticas de lo que sucedía en determinados aspectos de la realidad universitaria. En este sentido, la rebeldía de estos jóvenes gremialistas se orientó a la crítica frente al tema del financiamiento de la educación superior, endémico problema de la escena universitaria como nos lo recuerdan hechos periódicamente repetidos. A mediados de 1977, el Consejo Superior Estudiantil manifestaba su preocupación por los anuncios gubernamentales acerca de la inminente desaparición de los mecanismos de arancel diferenciado y la idea de que los estudiantes deberían costear en el futuro sus estudios. Jorge Claude, secretario del Consejo Superior Estudiantil, se hacía intérprete de la inquietud estudiantil ante el nuevo sistema de financiamiento señalando que "estamos haciendo las gestiones para conseguirnos el proyecto y estudiarlo a fondo. Hemos visto que los alumnos están desconcertados y no saben a qué atenerse". Por cierto que esta preocupación no se manifestaba de acuerdo a los clásicos mecanismos de presión estudiantil tales como marchas y movilizaciones, sino que a través de una presencia activa en los medios de comunicación. A la dirigencia oficialista se le planteaba un problema importante ya que, al hacerse cargo de las consecuencias negativas para los estudiantes de las iniciativas sectoriales del gobierno militar, introducían la sombra del conflicto en la vida universitaria. Tal pugna de lealtades tensó la acción de los dirigentes universitarios.
La dirigencia oficialista universitaria, en la medida que se había erigido en voz presuntamente representativa de los intereses de los estudiantes de la “U”, tuvo que hacerse cargo de un doble papel: asumir la defensa de los intereses corporativos de los estudiantes, como queda claro que lo hizo en determinadas áreas tales como la relacionada con sus problemas económicos y, por otra parte, ser uno de los engranajes de una nueva forma de concebir no sólo la representación de los estudiantes, sino que la estructura global de la realidad bajo nuevas y urgentes premisas ideológicas. En tal sentido, desde una lectura explícitamente concentrada en los aspectos actitudinales y motivacionales, los gremialistas de la Universidad de Chile no se habían desembarcado de la (a esas alturas) subterránea, quizás inconsciente y todavía poderosa índole revolucionaria que había caracterizado al país durante los lustros recientes. La densidad del tiempo histórico, su aceleración que pareció arrasar con la fuerza de lo subterráneo las bases aún subsistentes del Chile tradicional durante la época revolucionaria de la Unidad Popular; tal calidad de un tiempo cargado de conflictividad y potencial de cambio no había desaparecido del todo a mediados de los años ´70 aunque sí lo hubieran hecho, ominosa sombra que se cierne sobre dicha etapa de nuestra historia, muchos de quienes, desde una perspectiva de cambio radical, fueron sus protagonistas. Ahora se trataba de la imposición de un nuevo orden global, otro más, pero uno que no se nutría del concurso efectivo de las grandes mayorías nacionales y sí del recurso de la coerción en grado sumo: una ingeniería social contra las ingenierías sociales que, sin embargo, como toda empresa política mayor que se lleve a cabo, tuvo que establecer algunos grados de parentesco con la tradición ya existente. En el campo específico del estudiantado universitario y sus organismos representativos, tal choque de lógicas distintas dio lugar a la construcción de una nueva noción de ciudadanía universitaria, fruto de una dialéctica entre tal peso de unas tradiciones de fuerte arraigo, que se constituían en la historia de un movimiento estudiantil, sus imaginarios y sus prácticas, y de una ideología que se abría paso, definiéndose en su puesta en escena, auxiliada de modo no muy amable por los imperativos de la represión global que se cernía sobre el sistema universitario y sobre el país entero. Se producía un choque, una situación genésica en la que se manifestaba en la universidad la textura de una época de profundos cambios.
Los dirigentes estudiantiles oficialistas se vieron, pues, enfrentados a la construcción de una nueva noción de ciudadanía universitaria. Al referirnos a esta idea, concepto meramente intuitivo e instrumental que no pretendemos apoyar específicamente en teoría alguna, aludimos al modo como se concebía el ser estudiante universitario: el rol que les cabía a los alumnos en el proceso global de cambio del país; la manera como ellos se relacionaban, desde una postura reproductiva o creativa, con los procesos culturales; la dimensión de integrantes de un colectivo humano, con sus ritos, formas de identidad, espacios compartidos; su definición dentro de la estructura de la universidad en tanto institución y su actitud frente a sus autoridades, tanto académicas como administrativas.
De acuerdo con lo anterior, durante la época de funcionamiento del Consejo Superior Estudiantil, sus dirigentes se identificaron explícitamente con el ideario general del gobierno militar y buscaron coordinarse con otras estructuras estudiantiles universitarias para implementar de mejor manera sus directrices globales. Así, por ejemplo, entre el 26 y 28 de octubre de 1977 se llevó a cabo un Congreso de Presidentes de Organizaciones Estudiantiles Chilenas, que dio lugar a una declaración final suscrita, entre otros, por el presidente del Consejo, Aníbal Vial Echeverría. Entre los planteamientos centrales de la declaración figuraban el rechazo al cogobierno estudiantil en la universidad y la solicitud de que a las organizaciones estudiantiles se les reconociera derecho a voz en la discusión de determinadas materias. No deja de llamar la atención una de las peticiones de los estudiantes oficialistas, que permite comprender su actitud de sujeción a las autoridades nombradas por el gobierno en las universidades. Es así como los jóvenes oficialistas solicitaban que éstas “sin perjuicio de su designación directa por el Presidente de la República, pasen a denominarse “Rectores” y no “Rectores Delegados”, debido a que esta expresión proyecta la imagen de un tipo de “régimen de intervención de las universidades” que en realidad no existe, ya que los actuales “Rectores Delegados” han sabido identificarse profundamente con sus respectivas comunidades universitarias” Tras estas palabras se deslizaba un cierto voluntarismo que no les permitía a los jóvenes gobiernistas hacerse cargo de la pesada carga que la realidad de una universidad intervenida militarmente significaba.
Para el estudiantado oficialista, la presencia del estudiante en la universidad debía ser reformulada radicalmente. Frente al recuerdo (en ocasiones real y a veces simplemente imaginario) de un estudiantado levantisco, de una vida universitaria de exacerbado asambleísmo y trashumancia a través de actividades distintas y campus diferentes, había llegado la hora de establecer una nueva forma de ser estudiante. Ésta debería tener en cuenta nuevos valores, acordes con el imaginario global que proponían las circunstancias del país: orden, perseverancia, eficiencia. Contra el estudiante de raída vestimenta y larga cabellera, individuo errante de la vida académica y parte de un sujeto colectivo circunstancial movido por pasiones políticas, el nuevo alumno debía tener un arraigo en torno a lo que era la misión, si no exclusiva, fundamental de la universidad: la capacitación profesional. Así, de acuerdo al presidente del Consejo, una de las principales fallas de la vida universitaria era que “el estudiante vive constantemente cambiando de sala y cambiando al grupo de alumnos, lo que implica una constante reorganización del “curso” cuya implicancia es una pérdida de tiempo y un desorden altamente considerable” El énfasis de los dirigentes gremialistas por generar un arraigo y una identidad común en una escala geográfica discreta, el curso o promoción, puede ser entendido por una parte como un principio doctrinario de constitución y salvaguardia de los organismos intermedios y de incorporación efectiva de la idea de subsidiariedad, así como también una forma de minimizar el espacio de la discusión universitaria, privatizándolo y orientándolo específicamente a la consecución de metas de carácter práctico: una tesis de la forma deseable de vida estudiantil que debía acompañar a la reorientación general de los modos de relación social, bajo las banderas del nuevo Chile que los estudiantes oficialistas sentían que estaban ayudando a construir. Un país en el cual los enfoques técnicos y las soluciones desprovistas de épica debían imperar sobre el recuerdo de un pasado desbordado de ideología.
La esperanza de los dirigentes universitarios oficialistas de que el apoliticismo se impusiera en el estudiantado y que reinara en los patios de la Casa de Bello un nuevo concepto de lo estudiantil se vio inicialmente cumplida. Salvo acciones de carácter esporádico y testimonial, durante los años de funcionamiento de la Coordinación Estudiantil y del Consejo Superior Estudiantil hubo un repliegue de la actividad política en la universidad. Desde una mirada opositora, tales años estaban marcados por una realidad en que “los estudiantes universitarios no se manifiestan, y practican un cerrado hermetismo sobre sus ideas políticas...Ya no hay foros, concursos literarios o de ensayos, ni nada en que la juventud pueda manifestarse fuera de los marcos preestablecidos. Sólo fiesta, farándula, alegría” Tal farándula y dicha fiesta eran una parte del paisaje universitario que una lógica sacrificial, expulsada de los patios de la universidad y convertida en meollo de la perspectiva opositora a la intervención militar, no lograba entender como también constitutiva del ser estudiantil, especialmente en el contexto nebuloso de esos años de autoritarismo. No obstante, esta dimensión propia de lo estudiantil fue llevada por los dirigentes oficialistas a convertirse en un sitio público, en un circunstancial y bullicioso ágora en tiempos de silencio, mediante la celebración de fiestas mechonas y trabajos voluntarios, espacios de rearticulación de lo público y lo colectivo en medio del reflujo societario predominante. Rearticular al cuerpo plural de los estudiantes fue una tarea que se plantearon, desde un ángulo comprometido con la adhesión al orden global de las cosas, los dirigentes estudiantiles oficialistas, en una coyuntura en que el propio gobierno intentaba despertar grados de entusiasmo controlados y circunspectos, como sucedió con los intentos por resucitar la antigua Fiesta de la Primavera, con resultados solo discretos.
La puesta en escena de unos nuevos espacios y formas de sociabilidad en el campo estudiantil universitario tuvo que chocar con el peso de poderosas tradiciones y el arraigo de inveteradas prácticas, además de la desconfianza de buena parte del estudiantado. Como se ha visto en los documentos mencionados páginas atrás, toda instancia de acción colectiva estaba supeditada al control de los organismos estudiantiles y funcionarios respectivos, lo que significaba que la línea divisoria de lo permitido y lo prohibido se trazaba con total claridad, dejando en los márgenes a buena parte de aquellas tradiciones y prácticas, tales como círculos de discusión política, talleres literarios, actividades de índole social, etc. De tal modo, la nueva polis universitaria habría de ser una situación propedéutica de lo que el nuevo país debía llegar a ser.
Hacia fines de 1977 la percepción de los dirigentes estudiantiles oficialistas era, como se ha indicado, la de estar liderando un proceso de fundación de una nueva lógica de organización de la vida universitaria. En éste, ciertamente los gremialistas de la Universidad de Chile planteaban que “a nuestro juicio, las elecciones excesivamente masivas también deben quedar descartadas en el nivel estudiantil...” Sin embargo, la propia dinámica de organización estudiantil impulsada por las autoridades sería un referente que, por acción o por oposición, reinstalaría antiguos trazos de la vida política universitaria, al darse un paso organizacional más aventurado: el establecimiento de una Federación de Centros de Alumnos, la FECECH.
7. Breves conclusiones
Las autoridades universitarias durante los primeros años de la dictadura militar permitieron y posteriormente propiciaron en la Universidad de Chile la formación de un movimiento de dirigentes estudiantiles cercanos a las posiciones del gobierno. En la constitución de este grupo jugó un rol fundamental la disputa interna entre las diversas corrientes de apoyo al régimen. Esta nueva dirigencia fue la encargada de intentar plasmar un nuevo concepto acerca de la función y naturaleza del estudiante universitario así como de sus modos de representación, consistente con la pretensión de atomización social que respaldaba el gobierno. Tal tarea, sin embargo, tuvo como importante limitación el problema de la legitimidad global del régimen, contra el cual chocaron persistentemente las aspiraciones fundacionales de esa cohorte de dirigentes universitarios oficialistas.
Una síntesis de los argumentos a favor y en contra de historiar procesos recientes se encuentra en Soto Gamboa, Angel “historia del tiempo presente, un concepto en construcción” , en Revista Chilena de Historia y Geografía, nº165, Santiago, 1999-2000. El planteamiento de la Historia del Tiempo Presente ha recibido especial atención en España y Francia. Al respecto, puede consultarse el volumen colectivoHistoire et temps présent, CNRS, París, 1980 y Cuesta Burillo, Josefina Historia del Presente, EUDEMA, Madrid, 1993.
Seguimos, en esta caracterización, la idea de las identidades del período dictatorial (coercitiva, económica y personal) que ha desarrollado el cientista político Carlos Huneeus. El regimen..., pp.35 a 76.
Entrevista a Aníbal Vial Echeverría, realizada por Diego García, José Isla y Pablo Toro, 16 de octubre de 1996.
Boletín Realidad Universitaria. Academia de Humanismo Cristiano, nº1, Santiago, noviembre-diciembre de 1980.
"Planes en la Universidad", en: Revista Ercilla nº1996, Santiago, noviembre 1973.
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Entrevistas a Patricio Melero Abaroa y a Aníbal Vial Echeverría, realizadas por Diego García, José Isla y Pablo Toro. 19 de agosto y 16 de octubre de 1996, respectivamente.
revista Qué Pasa, nº281, Santiago, 9 de septiembre de 1976, p.6.
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Revista de la Universidad de Chile, nº36, Santiago, diciembre de 1976. Los subrayados son nuestros.
Presente, revista del Consejo Superior Estudiantil de la Universidad de Chile publicó su Nº1 en septiembre de 1977, llegando hasta el nº7, abril de 1980. Su primer director fue Pedro Sabat Pietracaprina.
Revista Presente, nº1, Santiago, septiembre 1977, pp.12-13.
Revista Presente, nº 2, Santiago, noviembre de 1977, pp.16-17.
Auth, José Las luchas estudiantiles en Chile. Crónica de una década (1973-1983). Documento de Trabajo Sur nº91, Santiago, 1988.
revista Presente, nº 2, Santiago, noviembre de 1977, p.2
Entrevista a Aníbal Vial Echeverría, realizada por Diego García, José Isla y Pablo Toro, 16 de octubre de 1996.
Entrevista a Erich Spencer, realizada por Diego García, José Isla y Pablo Toro, 14 de enero de 1997.
La afirmación pertenece a Cristián Larroulet, dirigente del Frente Juvenil de Unidad Nacional. En: Revista Hoy, Nº 11, Santiago, 10 al 16 de agosto 1977, pp.22-25
Revista Ercilla Nº 2176, Santiago, 13 de abril de 1977, pag. 13-15.